Dime qué compartes.

En un nuevo marco definido por la consabida hiperconectividad, hay un concepto que junto al individualismo ayuda a definir los rasgos que caracterizan los tiempos en que andamos. Hablamos del postmaterialismo.

Según su definición, es a través de la generación de unas determinadas condiciones de vida donde la atención humana evoluciona hacia conceptos tocantes a la afiliación, el reconocimiento y la autoafirmación, estratos superiores de la típica pirámide de Maslow. Existe cierta literatura acerca de rasgos postmaterialistas en la actualidad, de sociedades reenfocadas hacia la economía compartida y que valoran la experiencia personal por encima de la posesión. Fijémonos en cómo hemos cambiado la forma de proyectarnos socialmente, aprovechando ahora los espacios digitales, transformando la forma en que nos posicionamos del “tanto tienes, tanto vales” al “tanto gustas, tanto vales”.

En una sociedad que parece estar virando en sus formas de proyección individual, deberíamos preguntarnos si este nuevo estadio se produce a partir de las condiciones previas necesarias previstas por Inglehart, relacionadas con sociedades saciadas en sus niveles básicos de necesidades -aspectos fisiológicos o de seguridad-, o si bien existen nuevos elementos que han posibilitado un sistema de valores cercano a los postulados del postmaterialismo aunque ajenos al marco inicial necesario que este estableció en su aproximación teórica.

Para acercarnos a la idea, nos detenemos en la relación de dos taxonomías habituales utilizadas para la descripción histórica.

De la economía industrial al postmaterialismo

Las lógicas industriales han tendido a la internalización, matizándola en función de si las condiciones macro la hacían viable o no, alternando tendencias proteccionistas con aperturistas hasta la explosión del mercado global, a partir de los 80. Internet sirvió entonces de acelerador, conectando en tiempo real todo un planeta que conformaba complejas cadenas de suministro, aprovechando ventajas competitivas en las diferentes fases de diseño y producción. El contexto era de confianza, con una correlación de poderes aparentemente sólida, que permitía nuevas oportunidades a regiones desconectadas de los circuitos habituales de mercado.

A finales del XX y principios del XXI, las tecnologías de la información cumplían una función instrumental al servicio del capitalismo industrial. Pero en paralelo, iban estableciendo un universo propio que serviría de infraestructura base para ese escalado a golpe de “me gusta” que iba a desembocar en sociedades más aparentes que materiales. Con más tendencia al compartir que al exhibir. O que más bien iban a ser capaces de hacer una exhibición de la propia capacidad de compartir.

Un capítulo aparte, que como mínimo merece una mención, son el resto de cambios estructurales que operan para transformar industrias enteras según elementos nativos del online y que vienen a conformar la mano completa en el juego de lo que está por venir, como la tendencia a la concentración de la oferta o la bajada de los costes y márgenes. Factores que abundan en los impulsos de destrucción creativa que caracterizan la sociedad postmaterial-digital que, junto a los cambios en las dinámicas de consumo, condicionan el actual proceso de construcción de una estructura económica viable adaptada al nuevo escenario.

Retomando la evolución histórica, varios hechos vienen a complicar el panorama mundial del tejido productivo globalizado-industrial entrado el XXI. La crisis de 2008 nace del sector financiero en las economías tradicionalmente avanzadas y todos los esfuerzos parecen no dar los resultados esperados en una suerte de covid persistente que no quiere desaparecer del organismo occidental. Desde entonces, necesidades de reorientación productiva en términos de sostenibilidad, erosión de estructuras económicas por el impacto de internet en los modelos de negocio y crisis de confianza a multiples niveles entre los diferentes players globales con la pugna por la hegemonía económica como telón de fondo. El anunciado fin de la historia de filósofos que en su día no acertamos a leer se revela una aserción precipitada.

De la sociedad del conocimiento al postmaterialismo

De la misma manera que hay una línea evolutiva desde la máquina de vapor que apunta hacia la sociedad actual, hay otra línea que nace de la imprenta. Si tuviéramos que ponderar cuál de las dos innovaciones presenta un mayor peso de entidad respecto a la otra, podríamos concluir que la sociedad de la información cumple un papel fundamental en el provecho del potencial de las innovaciones industriales, mientras que estas últimas, por contra, impactan de una manera comparativamente limitada en el potencial transformador de los avances en términos de accesibilidad del conocimiento. Sus virtudes son otras.

Cabe recordar, siguiendo con la reivindicación de los avances en las tecnologías de la información, que la sociedad del conocimiento lo que viene a definir es el propio objeto a que asigna valor el sistema, no una componente esencial inexistente en capítulos anteriores a su nombramiento. La novedad no es la información, es que el valor esté explícitamente asignado a ella y las implicaciones económicas de ello derivadas.

Como las nuevas tecnologías redefinen lo que consumimos.

Y las implicaciones económicas que se derivan no tienen por qué ser especialmente positivas. El cambio a los valores postmateriales aparece en un presente de crisis en multitud de los indicadores económicos, caracterizado por el estancamiento en el crecimiento continuo teóricamente necesario. ¿Cómo hemos llegado a marcos típicamente de sociedades avanzadas en momentos de incertidumbre macroeconómica? Este estancamiento al que hacemos referencia y que afecta a una condición básica y estructural del sistema social, ¿no justificaría sociedades más preocupadas por los estratos de Maslow que se ocupan de los aspectos básicos de seguridad?

Desde un enfoque conveniente, existen fuerzas que nos orientan a la asunción de paradigmas postmateriales. La emergencia climática o la sobreexplotación de recursos nos empujan a una economía en la que el ser humano vire hacia activos propios de la infoeconomía. Y si bien esta perspectiva no es del todo desdeñable -y puede aportar una base incluso ética al desarrollo de nuevos mercados de activos digitales-, sería excesivamente optimista pensar que los pasos del ser humano se basan de una manera automática en las necesidades colectivas o que bastarían los filtros de Instagram para maquillar existencias en ausencia de condiciones mínimas básicas y desigualdades flagrantes.

Mencionábamos que internet ha tenido la capacidad de crear un universo propio que ha tenido la virtud de crear realidades paralelas más ajustadas a los propios ideales del individuo. La experiencia en internet sacrifica niveles de percepción sensorial, pero a cambio propone una construcción a medida, también en lo tocante a la propia identidad, convertida en recreación a voluntad. Es un nuevo espacio en que consumir, trabajar, estudiar o relacionarse de una manera novedosamente controlable desde el yo, con la creatividad y las habilidades comunicativas como recurso indispensable.

No se trata de maquillar la realidad, si no de clonarla y desarrollarla incluso en una pluralidad de líneas donde experimentar con los roles y ensayar nuevas formas de proyección personal, en algo que el tiempo ha venido a convertir más en juego que en impostura. Con unas reglas propias, los incentivos y penalizaciones que de ellas se derivan tienen que ver con esquemas propios de los nuevos canales, desconectados de la realidad que intentaba representar Maslow.

El nuevo contexto dual físico-virtual abre el debate en el medio-largo plazo sobre su accesibilidad en condiciones o no de igualdad para unos ciudadanos con diferencias socieoeconómicas en aumento y nos interpela sobre los esfuerzos a realizar en su gobierno para asegurar la no regresividad en términos de desarrollo humano del crecientemente complejo contexto, de implicaciones económicas inciertas. La infoeconomía, una vez demostrada su solvencia a la hora de generar nuevos subsistemas y valores, tiene por delante despejar la incógnita de cuál será la naturaleza y estructura del sistema económico que le corresponde instaurar para que los necesarios cambios a desplegar sean, además, posibles.

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