Las fronteras de la IA.

La IA coge el testigo del hype tecnológico con la subida de Open AI de una nueva versión de ChatGPT que sorprende por un uso del lenguaje natural ciertamente conseguido, niveles elevados de pertinencia en las respuestas y un control de su potencialidad generalista que le ha llevado a atreverse a publicar sin asumir excesivos riesgos.  

Hasta ahora, el espacio de la toma de decisiones era el campo en que las IAs habían avanzado más en el desplazado de fronteras a que se hace referencia cuando hablamos de los territorios de actuación que les son propios al ser humano y a la máquina. Últimamente, son las generativas las que están invadiendo terrenos creativos que habíamos pensado a salvo de la jurisdicción de los procesadores. Los últimos acontecimientos, con IAs generadoras de ilustraciones, videos y la ya mencionada de lenguaje natural, han mostrado los avances que a fuerza de exponencialidad y habilidad identificadora artificial de lo que es humanamente aceptable han hecho de las IAs polos generativos sorprendentes.

La definición fronteriza a la que aludíamos es la cuestión más importante en tanto que conformadora de las estructuras y condiciones ambientales de sociedades venideras. Ahí encontramos las diferencias entre las potencialidades totales y las óptimas de cualquier elemento transformador y, si bien los debates teóricos son de importancia relativa, corresponde y es de responsabilidad anticipar escenarios para que, por lo menos, no nos pillen despistados.

Hay ciertos aspectos de las IAs que emergen o deberían emerger en cualquier proceso de implantado presente o futuro a fin de considerar todas las dimensiones necesarias que trascienden el ámbito eminentemente funcional para definir qué cae del lado humano y qué no. Funcionalmente, es evidente, el output artificial tiene que funcionar. Sea lo que sea lo que la IA de turno “enuncie”, ese valor tiene que ser contrastadamente útil. Este escollo, inmediato, no cabe duda en ser controlado en la medida en que todos los actores que participan están alineados en su inconveniencia.

Ganada la funcionalidad, emerge la perdida de trazabilidad. Desde una perspectiva más decisional y no tanto generativa -aunque también-, la integración de procesos tecnológicos-exponenciales hace que perdamos trazabilidad de los estadios intermedios que desembocan en un posicionamiento determinado. Es una suerte de “desempoderado humano” en el que este desaparece de la toma de unas decisiones que le afectarán finalmente. Esa caja negra que existe entre el prompt y el output es una incógnita al servicio de intereses específicos y, en todo caso, no permite el acceso a los eslabones que producen una situación que después deberá ser administrada. En los niveles de trazabilidad también operan los inconvenientes ampliamente tratados de sesgos, que apuntan en la misma línea; falta de control de las directrices que componen los pronunciamientos artificiales a todos los niveles.

Y hay otro elemento que me parece relevante y es el de la autonomía. Se trata del resultante de un debate cultural, que creo de calado, entroncado con corrientes históricas anteriores, pero en cierta forma cimentales y que se dieron a partir de la revolución industrial, sobre la incorporación de elementos no eficientistas en la definición de las fronteras de actuación del hombre frente a la máquina. Este debate aboga en líneas conservadoras desde enfoques humanísticos pero es de aspiración progresista en lo social, y viene a subrayar la importancia de lo digno sobre lo incremental, de lo acotado sobre lo global y, por último, de lo humano frente a lo desconectado en su artificialidad de los descubrimientos humanos que lo hicieron posible.

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